jueves, 30 de agosto de 2007

Día 1.

Terminé cansado. Mi novia duerme.
Vengo de una procesión de pajas cronometradas, una de día, intima e imaginativa, en la ducha, pienso en ella y en una amiga, bajo el humo me besan, quedando a ciegas por el agua clara. Otra paja de noche, pública y visual, frente a la compu, una niña chiquita que danza en el cuarto, en cualquier cuarto que podría ser esté. Por eso el desempeño fue bueno. Si dejo de hacerme la paja me aflojo.

De parado fué lo mejor, su culo agachado y por debajo las tetas que saltaban como una maza, como un acto popular de esos que ya no se encuentran y en el centro, coronando la concentración un rojo pezón puntiagudo apuntando como farol en ojo de marinero asqueado de tanta agua con sal.
Cuando se acuesta, por completo, estirada, ocupando el largo de la cama se deja llevar como virgen a su entierro y saca, a penitas, la cola para afuera. En ese momento, quisiera rozarla, con la puntita, sé, le encantaría pero no puedo. Debo clavarla, atravesarla como un tren atraviesa al pequeño auto que en las vías se ha quedado sin salida. Y me devoran las ganas y la clavo, martillo, 1 2 y 3, martillo y ella me dice, amor más despacio. Pero no puedo, es el entrenamiento, esa rigurosa disciplina, la constante paja.

30/08/07